Se ha escrito tanto con respecto al amor único, inigualable y sublime, manifestado por nuestro Salvador Jesucristo. Gracias a ese amor, tenemos la oportunidad de ser libres del pecado y salvos de la condenación. Y para tal efecto, tuvo que pagar un precio altísimo, conocido por todos los que sabemos de la muerte de cruz que sufrió el Señor Jesús para alcanzar ese propósito.
Pero en esta oportunidad, quiero referirme a nuestra correspondencia a ese extraordinario amor de Dios para con los hombres. Ante semejante manifestación de amor de Dios por el hombre, ¿cómo le amamos nosotros a él? En este pasaje de la carta a los Efesios, el Espíritu Santo dice que debemos amarlo con: “amor inalterable”. Esto significa que debe de ser un sentimiento mucho más profundo de lo que podamos nosotros entender, humanamente, como amor. Condicionados por la naturaleza corruptible que nos rodea, el poder amar de manera «incorruptible», es decir «inmortal», suena casi un imposible.